Ahora sé que no sos mío, la culpa la tuve yo.





Estoy intentando lidear con la idea de que se terminó lo que nunca empezó, necesitaba aferrarme a algo y cuando sujeté tu mano, me arrojaste al abismo. Podría odiarte, podría hacerlo pero algo no me lo permite. Debe ser que cuando uno quiere de verdad a alguien, de verdad, luego del punto final, le siguen los suspensivos que no dejan que el dolor y la desilusión corrompan con la imágen, el cariño y el espectro, el recuerdo de quien algún día nos dio lo mejor.